La Liga Palentina es una de las ligas federadas de la Asociación Liga Española de la Educación y la Cultura Popular (LEECP).
La LEECP es una ONG de carácter no lucrativo, que tiene como fines principales el apoyo a la educación para todos, basada en una escuela pública de calidad, laica, solidaria y de ciudadanía.
La Liga Palentina se creó en junio de 2008 por un grupo de personas relacionadas con la educación y empeñadas en transmitir a la sociedad palentina la necesidad de apoyar la escuela pública, como instrumento fundamental para la creación de una sociedad plural y solidaria, que integre sin exclusiones a todas las personas por igual dentro de un espíritu de laicidad y solidaridad.

jueves, 2 de junio de 2016

La mirada crítica: La educación en el deber

Ramiro Curieses Ruiz, en el CARRIÓN 01.06.2016

En la mayoría de Escuelas de Familias que imparto, independientemente del tema del que hablemos, es muy normal que en los coloquios finalicemos dialogando o bien de motivación o de límites y normas. “Nuestros hijos están cada vez más desmotivados, hacen un poco lo que quieren porque no tienen límites claros”, son algunas de las expresiones que escucho con mayor insistencia. Un gran número de familias nos preguntamos: ¿qué podemos hacer? ¿Es culpa suya, culpa nuestra, culpa de la sociedad o culpa del entorno? ¿O no es culpa de nadie? Tengo un gran interés en estos dos temas, ya que condicionan gran parte del éxito personal y escolar de nuestros hijos. El tema de la motivación va ser el eje central del artículo. Es de sobra conocido que el no anhelar ir a la escuela o no querer estudiar son estados naturales del niño, y que, por lo tanto, lo que hay que averiguar son las razones o motivos que empujan a los niños o adolescentes que sí lo desean. ¿Qué les mueve? Quizás cuando podamos contestar a esta pregunta estemos en condiciones de dar respuestas más válidas y satisfactorias.

La motivación me interesa tanto porque se refiere al origen de todo lo que mueve al ser humano. Educadores, familias, políticos, párrocos, vendedores, todos queremos conocer sus secretos. “La esencia del hombre es el deseo”, escribió Spinoza. Tenía razón. Nacemos con necesidades que se experimentan como deseos, y con un sistema neuronal de premios y castigos que nos sirve para orientar nuestra acción. Los sentimientos y las emociones forman parte de ese sistema de impulso y orientación. El viejo Platón decía que el fin de la educación era enseñar a desear lo deseable, es decir, educar la motivación. Y Rousseau tenía razón cuando en su ’Emilio’ afirmaba: “Despertad en el niño el deseo de saber, y ya no tendréis que preocuparos de nada más”.

Vamos a reflexionar sobre algunas cuestiones más prácticas y que tienen que ver con experiencias personales. Piensen por un momento que son ustedes fumadores y desean dejarlo, o que anhelan iniciar una dieta de adelgazamiento, o bien que ansían prepararse para correr la media maratón; la respuesta que daríamos sería diferente si en los dos primeros casos esto vendría impuesto o no por un médico. Independientemente de ese condicionante, la verdad es que nos costaría trabajo, esfuerzo, el conseguirlo. Pues lo mismo ocurre a nuestros hijos con el estudio, el orden, la responsabilidad, etc. que les cuesta trabajo. Ese costar trabajo, esa cultura de que hay que esforzarse para conseguir determinados objetivos está bastante descuidada en los modelos sociales que nos presentan el triunfo. Esta es una de las claves de la desmotivación de gran parte de nuestros hijos, ellos se preguntan con asiduidad: ¿para qué esforzarse si se puede conseguir todo con facilidad?

Todas las personas necesitamos satisfacer deseos, algunos tan imprescindibles como pasarlo bien, sentirnos queridos y ser reconocidos como personas valiosas. Tenemos la certeza de que la mayoría de las actividades que hacemos durante el día no satisfacen precisamente estas necesidades: asistir al cole, hacer deberes, memorizar lugares, ríos o minerales, resolver problemas, ordenar, recoger, limpiar, fregar, comprar, hacer cola, etc.; de ahí que las hagamos con desmotivación y muchas veces con pereza. Por eso es importante educar a nuestros hijos en la creencia de que aunque no tengamos ganas de hacer determinadas tareas debemos hacerlas de la mejor forma posible. Estaríamos hablando de la educación del “deber”, del sentido de la obligación y de la responsabilidad. Esta educación en el deber, del sentido de la obligación, tiene para el futuro de nuestros hijos una carga motivacional práctica muy positiva. Es evidente que conviene “motivar” al niño o al adulto para que tenga ganas de hacer algo, pero también hay que enseñarle que hay cosas que se tienen que hacer sin ganas, es decir, sin estar motivado. Después de poner en juego todos los recursos del razonamiento o de la seducción, la última línea de resistencia es “y tienes que hacerlo porque es tu obligación”. Doy por hecho que la educación del deber tiene que ir acompañada del pensamiento crítico para que no hagamos “deberes indebidos” y obedezcamos a seductores indeseables.

Pero este tipo de educación exige de nosotros el que actuemos como padres, que no eduquemos de puntillas, que no tengamos miedo a lastimar, que procedamos con autoridad si es necesario. Debemos ser padres sin complejos. Cada vez hay más psicólogos porque hay menos padres. Conviene que recuperemos el sentido común, que ejerzamos nuestra responsabilidad de ser padres.


Concluyo con una pequeña historia de unos progenitores que preocupados por el poco tiempo que pasan con su hija deciden ir a una juguetería y le piden al comerciante una marioneta que la haga feliz, que la entretenga, que la ayude a crecer, que la haga más responsable, solidaria, ordenada, etc. El comerciante después de escucharles con atención, contestó: -“Lo siento, pero aquí no vendemos padres”.

sábado, 17 de enero de 2015

¡No estamos solos!



Ha caído en mis manos, no del cielo sino como regalo de mi amiga Chiqui, el libro del Gran Wyoming, “No estamos solos”. Se trata de un relato optimista que nos presenta  algunos testimonios de gentes que están haciendo cosas para que este país cambie. Por supuesto que no están todos, pero sí todos los que están merecen más espacios televisivos, radiofónicos y  periodísticos, Morosito y Eurito, Pedro Uruñuela,  Josep Fontana, Ada Colau, etc. Sus acciones son un antídoto contra el derrotismo, la impotencia, la rendición incondicional y el pesimismo. Los seres humanos nos dividimos en tres clases, los que hacen cosas, los que critican lo que se hace y los que no hacen nada. Quiero pertenecer al primer grupo, porque deseo contribuir a construir otro futuro.


La lectura del libro me ha hecho recapacitar sobre lo que sería necesario y conveniente para hacer un futuro más “humanovivible”, llegando a algunas conclusiones claras, tales como la lucha por la reconquista de algunos derechos fundamentales y la eliminación de algunas prácticas políticas que hacen daño al funcionamiento democrático. Me he acordado de una pequeña historia que escribí hace ya algunos años y que recoge mi sentir sobre la situación actual:

“Las dos huertas estaban unidas, solamente separadas por una línea invisible en las mentes de los hortelanos. Ambas eran rectangulares y en sus esquinas habían crecido hermosos frutales hasta que había llegado la plaga en forma de hongo. Antonio y Aurora eran los propietarios de las huertas. Durante algún tiempo sus esfuerzos estuvieron dedicados a quitar de los árboles frutales el fruto deforme y mal desarrollado. Sin embargo cada vez había más fruto podrido. Fue Aurora quien comentó a Antonio que debían tomar una iniciativa que sirviera de ejemplo a los demás hortelanos, ya que la plaga se había extendido por todos los rincones de la huerta española. Tal iniciativa consistía en podar las ramas cuyos frutos eran de muy mala calidad. Y así estuvieron durante algún tiempo, podando ramas y más ramas, hasta ver con claridad que aquello no servía de nada ya que los frutales cada vez estaban más deteriorados.
Se hizo una gran tertulia para dar una respuesta satisfactoria, estas reuniones se celebraban cada cuatro años, pero no se habló de ningún tratamiento novedoso, ni siquiera preventivo para los jóvenes frutales, tampoco se contempló la posibilidad de modificar la época de los procedimientos de intervención. El hongo causante de la plaga reinaba a sus anchas devastando cada año más la producción.
Fueron los dos hortelanos de las huertas colindantes quienes aquella mañana decidieron hacer algo que nadie había contemplado hasta entonces, cortar y arrancar los árboles frutales, ya que la poda de ramas se había mostrado insuficiente. Esta decisión fue muy mal vista por el resto del gremio. Se les tachó de arrogantes, ignorantes, radicales, se oyeron voces que incluso les asociaron a activistas extremistas. Se les demonizó por hacer un cambio tan real donde el pensamiento único era no cortar ningún frutal. Tuvieron serias dificultades para explicar las razones de su decisión, Pero ellos confiaban y sabían perfectamente que no era cuestión de quitar las manzanas podridas del árbol, ni tan siquiera era suficiente con podar las ramas, era necesario acabar con el hongo que se había establecido en las raíces de los frutales. Así lo hicieron, extirparon del huerto todos los árboles con la única idea de plantar unos nuevos. Comprendían perfectamente que estos eran necesarios e imprescindibles para la alimentación de la sociedad.
Planificaron el modo en el que plantarían nuevos frutales. Mejoraron la fertilidad del terreno, diseñaron métodos para comprobar el crecimiento de los mismos, arbitraron protocolos de intervención para cuando se detectara la más mínima infección, establecieron fórmulas de prevención en los tratamientos, determinaron los momentos oportunos de poda y limpieza y perfilaron la forma de actuación en el momento en el que se detectaran los primeros síntomas, pero especialmente rediseñaron las causas por las que los árboles podían enfermar”.

Han pasado ya algunos años desde aquella iniciativa, y hoy día todo el mundo agradece el coraje de estos hombres ante lo que hicieron. Los frutales conservan todos los atributos necesarios para crecer y han incorporado los mecanismos que Aurora y Antonio rediseñaron. Los consumidores estamos satisfechos, es más, hay una asociación de hortelanos que continuamente se quiere apropiar del origen de la decisión…
Los nuevos frutales no estás exentos de peligro, pero los hortelanos saben cómo plantarle cara a las plagas.
Lo dicho, no estamos solos, siempre hay ciudadanos y ciudadanas dispuestas a luchar contra las plagas que hacen que nuestra existencia sea indigna. 
Gracias por ello. Y por supuesto, ¡Feliz 2015!

Ramiro Curieses Ruiz, 
Presidente de la Liga Palentina de la Educación.
Publicado en CARRIÓN. 15.01.2015

viernes, 29 de agosto de 2014

Sobre la educación de los hijos

Artículo de  RAMIRO CURIESES RUIZ, Presidente de la Liga Palentina de la Educación, publicado en CARRIÓN 2l 28.08.2014
Licurgo fue un legendario legislador de Esparta que estableció la reforma militarista de la sociedad espartana de acuerdo con el Oráculo de Delfos. Todas las leyes y la constitución de Esparta se atribuyen a Licurgo. Según la tradición, fue de estirpe real y regente de Esparta. Muchos historiadores creen que Licurgo fue el responsable de las reformas comunitarias y militaristas que transformaron la sociedad espartana en la segunda parte del siglo VII a. C.
Se cuenta que su compromiso con sus leyes era tal que, tras hacer jurar a los espartanos que las acatarían hasta su regreso a la ciudad, se quito la vida al salir de ésta, para así, asegurar su aplicación perpetua.  Se le atribuye el pensamiento de que “Lo importante de las leyes no es que sean buenas o malas, sino que sean coherentes. Solo así servirán a su propósito”.
Licurgo concedió una importancia vital a la comida en público. Todos los hombres estaban obligados a pertenecer a una especie de sociedad gastronómica formada por 15 miembros, a la que aportaban en especie lo necesario cada mes: harina, vino, queso, higos y algo de dinero para carne. Estos clubes tenían u nombre —fldicia— que significa ahorro, aunque la palabra también evocaba el concepto de amistad. Eran una vía para mantener la cohesión y la convivencia, así como una escuela para los más jóvenes. Fue en uno de esos encuentros cuando un conciudadano le suplicó que les hablara de la importancia de la educación de los hijos. Licurgo, gran orador, aceptó con agrado la solicitud, pero añadió que le concedieran un período no superior al medio año para poder preparar su intervención. A pesar de que algunos no entendieron que necesitara tanto tiempo, ya que le consideraban un gran sabio, la gran mayoría aceptó y comprendió su condición.
Transcurridos unos meses, Licurgo apareció flanqueado por un sirviente que empujaba cuatro jaulas, cada una de ellas con un animal dentro. Los asistentes comenzaron a cuchichear con cierta desconfianza, pero al final el silencio invadió la plaza. Licurgo levantó la mano y el criado abrió dos de las jaulas, de una de ellas salió un perro y de la otra una liebre. Rápidamente el perro salió tras la liebre y en un instante la devoró ante el estupor y la incomprensión de la gente. Se produjo un silencio ensordecedor en el recinto. Todos se miraban ante la brutalidad de la escena.
Transcurridos unos minutos, Licurgo volvió a levantar la mano y el criado abrió las otras dos jaulas. De ellas volvieron a salir otro perro y otra liebre. Las personas allí reunidas, con la mirada aturdida, exclamaron en voz baja que ya habían visto bastante. Sin embargo observaron cómo el perro dando unos saltos impresionantes se arrojó sobre la liebre para dar volteretas a su alrededor. Ante la desconfianza de la gente se pusieron a jugar correteando y saltando, lamiéndose y acariciándose, hasta que Licurgo les hizo parar.
La muchedumbre permaneció inmóvil y aliviada al ver cómo habían sucedido los hechos. Las murmuraciones fueron desapareciendo y Licurgo tomó la palabra. De nuevo un silencio profundo se apoderó de la plaza. Con voz serena y grave dijo:- Habéis sido testigos del poder de la educación. Las dos liebres y los dos perros fueron alimentados y cuidados de la misma forma, no habiendo ninguna diferencia entre ellos. Solamente eduqué a este perro y a esta liebre, los animales parecían entender la escena, para que se comportaran de forma educada y no se hicieran daño. Mucho tiempo fue el que necesité. La educación es lo único que diferenció a la primera liebre y al primer perro de estos otros dos animales. Tiempo y educación es lo más importante en la crianza de vuestros hijos.
Licurgo desapareció ante el reconocimiento y la admiración de sus conciudadanos.

viernes, 17 de enero de 2014

La culpa es de la vaca

Artículo de RAMIRO CURIESES RUIZ, Presidente de la Liga Palentina de la Educación en CARRIÓN de 16 de enero de 2014.
Tenemos por costumbre inculpar a los demás de lo que pasa, es más, encontramos culpables con una facilidad asombrosa, bien sea en las personas de nuestro entorno próximo, en el destino, en la mala suerte, etc. Responsabilizamos a los otros de lo que sucede con tal de no comprometernos en la lucha por el cambio. La apatía con el compromiso está tan generalizada que solo rompemos esa cadena para exigirlo a los otros: quien debe cambiar es el vecino, mi pareja, mi jefa, el capitalismo, el neoliberalismo, la sociedad en conjunto y por supuesto el presidente del gobierno. Todos y todas excepto yo, porque el problema son los otros, no soy yo.
Actuar de esta manera es pasar por la vida sin compromiso, sin responsabilidad, con indolencia, pasivamente, con cobardía me atrevería a decir. Es más fácil decirnos a nosotros mismos que como no somos culpables de lo que ocurre, deben ser los demás los que respondan, actúen, se manifiesten, protesten y peleen.
Alrededor del año 335 A.C. al llegar a la costa de Fenicia, Alejandro Magno debió luchar en una de sus más grandes batallas. Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban tres veces el tamaño de su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para la lucha: habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles. Cuando Alejandro desembarcó dio la orden de que fueran quemadas todas sus naves. Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: “observad cómo se queman los barcos. Esta es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, pues sólo hay un camino de vuelta, y es por mar. Soldados, cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible: en los barcos de nuestros enemigos.”
A veces es necesario que las historias nos afecten directamente para comprometernos en ellas. Así, si el paro, la ley de dependencia, la marcha de un hijo al extranjero en búsqueda de trabajo, la negación de una beca universitaria, el desahucio del banco, la privatización sanitaria, el copago sanitario por padecer una enfermedad crónica, etc., nos afectan directamente, encontramos motivaciones suficientes para mostrar nuestra indignación, pero si es a los demás a quienes les ocurren estas cosas, el grado de compromiso con el cambio es mínimo.
Jaime Lopera y Marta Bernal son un matrimonio colombiano escritores de la serie de libros: “La culpa es de la vaca” de la que han vendido más de 300.000 ejemplares. Este libro reúne fábulas y parábolas de diversa procedencia que giran en torno a un punto común: la necesidad del cambio. En una de ellas cuentan que se estaba promoviendo la exportación de artículos colombianos de cuero a Estados Unidos, y un investigador decidió entrevistar a los representantes de dos mil almacenes en Colombia. La conclusión de la encuesta fue determinante: los precios de tales productos son altos, y la calidad muy baja. El investigador se dirigió entonces a los fabricantes para preguntarles sobre esta conclusión. Recibió esta respuesta: no es culpa nuestra; los cueros tienen una tarifa arancelaria de protección del quince por ciento para impedir la entrada de cueros argentinos. A continuación, le preguntó a los propietarios de los cueros, y ellos contestaron: no es culpa nuestra; el problema radica en los mataderos, porque sacan cueros de mala calidad. Como la venta de carne les reporta mayores ganancias con menor esfuerzo, los cueros les importan muy poco. Entonces el investigador, armado de toda su paciencia, se fue a un matadero. Allí le dijeron: no es culpa nuestra; el problema es que los ganaderos gastan muy poco en venenos contra las garrapatas y además marcan por todas partes a las reses para evitar que se las roben, prácticas que destruyen los cueros. Finalmente, el investigador decidió visitar a los ganaderos. Ellos también dijeron: no es culpa nuestra; esas estúpidas vacas se restriegan contra los alambres de púas para aliviarse de las picaduras. En fin, la culpa es de la vaca.
Quizás debiéramos empezar a preguntarnos, ¿Qué responsabilidad tengo yo en lo que está sucediendo en nuestro país? Y no quedarnos en aquello de “la culpa es de la vaca”

viernes, 20 de diciembre de 2013

Felices Fiestas y Feliz 2014


Con perdón, señor Mandela

Artículo de RAMIRO CURIESES RUIZ, Presidente de la Liga Palentina de la Educación-LEECP, en el CARRIÓN de 19.12.2013
He madrugado como de costumbre y la primera noticia que leo en prensa es el fallecimiento de Nelson Mandela precisamente el día en que celebramos el trigésimo quinto aniversario de nuestra Carta Magna. Un sentimiento de desamparo y tristeza me ha invadido ya que hablamos de la muerte de una de las personas que más ha hecho en defensa de los Derechos Humanos durante el último siglo. En una época en la que los dirigentes políticos tratan de convencernos de sus decisiones con soflamas teóricas, este mandatario se ha distinguido por su discurso práctico, es decir, vivir un modelo que muestra coherencia entre lo que se piensa y se hace en la realidad cotidiana. Mandela bien merece un homenaje, seguramente lo tendrá, y a ello me disponía cuando unos gritos han desviado mi atención y me han atrapado nerviosamente.
Son las seis y media de la mañana y una pareja muy joven está teniendo una fuerte discusión en plena Calle Mayor. Me habías prometido que ibas a  cambiar, -ha exclamado ella como si la transformación de él fuera responsabilidad suya. El chico interpretaba esto como una prueba de amor: (como me quiere tanto no desea que me meta nada en el cuerpo) y ha contestado: sólo ha sido un poquito. -Además, ya sabes que no soporto que te juntes a ellos. A medida que se suceden los acontecimientos y la escalada verbal va en aumento, recapacito en lo importante que sería para esta joven romper esa creencia tan perversa de que el amor lo salva todo, ya que a ella la convierte en responsable del cuidado de él y a él en dependiente de que le cuiden. Por la discusión comprendo que esta chica ve en el chico muchas cosas que no le gustan, pero cree que con el tiempo podrá cambiarlas ya que el amor es capaz de todo.
La bronca ha sido tan fuerte que, durante algún tiempo me he temido lo peor.  El trato vejatorio especialmente de él hacia ella ha sido tan vergonzoso y lleno de desprecios: “no vales nada”, “intimidaciones”, “insultos”, “empujones” “romperla el bolso”, etc. que me ha hecho cambiar el desarrollo del  artículo que tenía en mente para rendir homenaje a Mandela. Felizmente todo ha terminado. Un taxista ha sido un aliado oportuno de esta víctima de violencia de género. Él ha terminado con una amenaza peligrosa y tremenda: “te vas a enterar zorra”.
Este hecho me ha hecho pensar en la importancia que tiene la educación en los procesos de construcción de las personas, en lo fundamental que es enseñar en valores de igualdad, tolerancia y respeto, en lo poco serio que me parece que la nueva Ley de Educación de Wert destierre del curriculum la asignatura de Educación para la Ciudadanía y haga invisibles los Derechos Humanos, en que no aparezca la palabra educación emocional en todo su articulado, pero especialmente he meditado sobre cómo y para qué educamos.
Hablar en serio de Educación es hablar de civismo, de solidaridad, convivencia ética, afectividad y corresponsabilidad, del cuidado de las personas, de derechos y deberes en definitiva. La excelencia educativa no es obtener una puntuación determinada en el informe PISA, (mide a las personas para ver si dan o no la talla en cuanto a lo que saben hacer con lo aprendido en matemáticas, ciencias y comprensión lectora) para mi la excelencia en educación es aspirar a ser como el señor Mandela, personas con dignidad, libres, íntegras, respetuosas, compasivas, críticas con las imposiciones, soñadoras con un mundo más justo, libre y pacífico.
He reflexionado para qué educamos en la etapa obligatoria, en la importancia que otorgamos a lo puramente académico sobre lo que es realmente vital. La educación en valores de forma transversal está fracasando estrepitosamente. Seguimos construyendo alumnos y dejamos escapar a personas, continuamos dando más importancia a los “sememas y a la descomposición polinómica” que a la educación para la convivencia y a la identidad personal. Los contenidos nos apabullan, nos coartan y nos impiden separar lo importante de lo fundamental. He unido este pensamiento a la forma en la que los alumnos incorporan a su vida los contenidos escolares. Recuerdo cómo un alumno de 2º de ESO me contestó en un examen de Sociales a la pregunta: Razones por las que los castellanos se sublevaron contra las políticas de Carlos V. “Carlos V estaba todo el día de fiesta”  y ante la demanda de explicaciones me aclaró que en los apuntes el había anotado que este rey vino acompañado de flamencos. Lógicamente los flamencos para él eran otra cosa bien distinta que los habitantes de Flandes; quizás a esta pareja le hayamos hablado mil veces de protección, coeducación, violencia de género, respeto, mentalidad machista, de sexismo, etc. pero siempre más desde los discursos que desde las prácticas. Posiblemente hayan incorporado estos conceptos como mi alumno. No nos preguntamos cómo los estudiantes integran los conocimientos que les impartimos porque educamos desde un modelo que no mostramos, que no vivimos, siendo ésta  una de las razones de la involución social que se está produciendo en nuestras comunidades.
Señor Mandela, qué coherencia tan necesaria entre lo que pensabas y hacías, nadie supo soñar sin miedo como tú. Nadie hizo tanto por dejar un mundo más justo, más libre, pacífico y más humanizante. Por eso, te pido perdón, porque este artículo debería haber sido un homenaje a tu memoria, dignidad y a tu alegría.